lunes, 22 de junio de 2009

Generación 'ni-ni': ni estudia ni trabaja

Los jóvenes se enfrentan hoy al riesgo de un nivel de vida peor que el de sus padres - El 54% no tiene proyectos ni ilusión

JOSÉ LUIS BARBERÍA 22/06/2009

Tan preparados y satisfechos con sus vidas, y tan vulnerables y perdidos, nuestros jóvenes se sienten presa fácil de la devastación laboral, pero no aciertan a vislumbrar una salida airosa, ni a combatir este estado de cosas. El dato asomaba hace poco, sin estrépito, entre los resultados de la última encuesta de Metroscopia: el 54% de los españoles situados entre los 18 y los 34 años dice no tener proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesado o ilusionado. ¿Ha surgido una generación apática, desvitalizada, indolente, mecida en el confort familiar? Los sociólogos detectan la aparición de un modelo de actitud adolescente y juvenil: la de los ni-ni, caracterizada por el simultáneo rechazo a estudiar y a trabajar. "Ese comportamiento emergente es sintomático, ya que hasta ahora se sobrentendía que si no querías estudiar te ponías a trabajar. Me pregunto qué proyecto de futuro puede haber detrás de esta postura", señala Elena Rodríguez, socióloga del Instituto de la Juventud (INJUVE).

La crisis ha venido a acentuar la incertidumbre en el seno de una generación que creció en un ámbito familiar de mejora continuada del nivel de vida y que ha sido confrontada al deterioro de las condiciones laborales: precariedad, infraempleo, mileurismo, no valoración de la formación. Las ventajas de ser joven en una sociedad más rica y tecnológica, más democrática y tolerante, contrastan con las dificultades crecientes para emanciparse y desarrollar un proyecto vital de futuro. Y es que nunca como hasta ahora, en siglos, se había hecho tan patente el riesgo de que la calidad de vida de los hijos de clase media sea inferior a la de los padres.

Ese temor ha empezado a extenderse, precisamente, entre la generación que de forma más abrumadora, siempre por encima del 80%, declara sentirse satisfecha con su vida. El virus del desánimo está minando la naturaleza vitalista y combativa de la gente joven aunque encontremos pruebas fehacientes individuales y colectivas de su consustancial espíritu de superación.

He aquí una muestra de resistencia a la adversidad extrema, junto a la prueba de cómo el discurso consumista ha resultado una trampa para tantos jóvenes audaces que creyeron en el maná crediticio y el crecimiento económico sin fin. "No podemos hacer frente a las hipotecas", resume Luis Doña, de 26 años, padre de una niña de 15 meses, presidente de la Asociación de Defensa de los Hipotecados, que pretende renegociar la deuda contraída con los bancos y recabar la ayuda de la Administración. Llevados por el entusiasmo de haber encontrado un empleo estable, como comercial de una multinacional, él y su compañera adquirieron hace cuatro años un crédito hipotecario de 180.000 euros a pagar en 30 años para comprar un piso. "Teníamos que abonar 800 euros al mes, pero es que ya estábamos pagando 600 de alquiler. Hace un año, de buenas a primeras, nos quedamos los dos sin trabajo y ya se nos ha agotado el paro. Hemos conseguido que el banco nos cobre únicamente los intereses de la deuda, pero es que son 560 euros al mes y no los tenemos, porque no nos sale nada. ¿Desmoralizados? Lo que estamos es desesperados y eso que nuestro caso no es tan dramático como el de otras familias que han sido desahuciadas, han tenido que refugiarse en casa de su madre o su suegra".

Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla, cree que la falta de ilusión hay que interpretarla, no tanto por los efectos de la crisis, como por el cambio cultural producido con anterioridad. "El modelo de vocación profesional que implicaba un proyecto vital de futuro y un destino final conocido, con sus esfuerzos y contraprestaciones, ha desaparecido. Ahora, la incertidumbre se impone en el trabajo y en la pareja y no está claro que la dedicación, el compromiso, el estudio o el título, vayan a tener su correspondiente compensación laboral y social", afirma. Si la pregunta clásica de nuestros padres y abuelos: "¿Y tú, que vas a ser?" pierde fundamento, se entiende mejor que los esfuerzos juveniles respondan, más que a la ilusión por un proyecto propio, al riesgo de quedar descartado. "Si no estudio, si no hago ese master...". Según el informe Eurydice, de la Unión Europea, sólo el 40% de los universitarios españoles tiene un trabajo acorde con sus estudios.

A los jóvenes no les resulta emocionalmente rentable comprometerse en un proyecto de vida definido porque piensan que estaría sometido a vaivenes continuos y que difícilmente llegaría a buen puerto. "Aplican la estrategia de flexibilizar los deseos y de restar compromisos; nada de esfuerzos exorbitantes cuando el beneficio no es seguro. Como el riesgo de frustración es grande, prefieren no descartar nada y definirse poco", explica Eduardo Bericat. A eso, hay que sumar un acusado pragmatismo -nuestros chicos son poco idealistas-, y lo que los expertos llaman el "presentismo", la reforzada predisposición a aprovechar el momento, "aquí y ahora", en cualquier ámbito de la vida cotidiana. De acuerdo con los estudiosos, esa actitud responde tanto a la sensación subjetiva de falta de perspectivas, como al hecho de que el alargamiento de la etapa juvenil invita a no desperdiciar "los mejores años de la vida" y a combinar el disfrute hedonista con la inversión en formación.

A falta de datos sobre el alcance del "síndrome ni-ni", el catedrático de Sociología de Sevilla explica que el pacto implícito entre el Estado, la familia y los jóvenes, pacto que compromete al primero a sufragar la educación y a la segunda a cargar con la manutención, alojamiento y ocio, hace creer a algunos jóvenes que en las actuales circunstancias pueden retrasar la toma de la responsabilidad. "Desarrollan una actitud nihilista porque no se les exige estar motivados, ni asumir responsabilidades y hay redes y paraguas sociales. En las convocatorias para cubrir plazas de becarios, me encuentro con aspirantes de treinta y tantos y hasta de cuarenta años, y lo curioso es que esos becarios se comportan como becarios. Es la profecía autocumplida. Si les llamas becarios y les pagas como tales terminarán convirtiéndose en becarios. Lo que me preocupa es la infantilización de la juventud", subraya.

"Los jóvenes de ahora no son capaces de arriesgar, son conservadores", constata Elena Rodríguez. ¿La tardía emancipación juvenil española (bastante por encima de los 30 años de media) es, sobre todo, fruto de la inestabilidad y precariedad del mercado laboral o consecuencia de ese supuesto conservadurismo? Aunque la diversidad y pluralidad de la juventud aconseja huir de las visiones unívocas, no se puede perder de vista que ellos no han tenido que vencer los obstáculos de las generaciones precedentes. "Miramos con descrédito la vida que nos ofrece la sociedad. Nuestros padres trabajaron mucho y se hipotecaron de por vida, pero tampoco les hemos visto muy felices. No es eso lo que queremos. La gente tiene pocas prisas para hacerse mayor", explica Letizia Tierra, voluntaria de una ONG. Por lo general, las personas que trabajan en asociaciones de ayuda juvenil tienden a repartir sus juicios con la medida de la botella medio llena, medio vacía.


"En el CIMO (Centro de Iniciativas de la Juventud) vemos apatía y falta de ilusión generalizada. Muchos de los 200.000 nuevos titulados universitarios anuales afrontan con pesimismo la búsqueda de empleo. Saben que hay un elevado porcentaje de puestos de cajeros, reponedores, almacenistas, dependientes, etcétera ocupados por diplomados o licenciados", afirma Yolanda Rivero, directora de esa asociación que atiende a diario a más de 600 jóvenes. Con todo, descubre también a muchos jóvenes capaces de adaptarse y de asumir retos y riesgos. "La generación JASP (jóvenes sobradamente preparados) tiene la ventaja de su mayor formación. A la vista del panorama, continúan formándose, viajan, trabajan, de camarero, si es preciso, para pagarse un master y aprovechan sus oportunidades, aunque, eso sí, en casa de papá y mamá hasta los 35 años, por lo menos".

El catedrático de Psicología Social Federico Javaloy, autor del estudio-encuesta de 2007, Bienestar y felicidad de la juventud española, cree probado que nuestros jóvenes no son apáticos y desilusionados, aunque lo estén, por contagio ambiental. "Lo que pasa es que rechazan el menú laboral que les ofrecemos. El fallo es nuestro, de nuestra educación y nuestros medios de comunicación", sostiene. Aunque las ONG encauzan en España las inquietudes que los partidos políticos son incapaces de acoger, tampoco puede decirse que la participación juvenil en ese campo sea extraordinaria. "Algo menos del 10% de los jóvenes participa en algún tipo de asociación, deportivas, en su mayoría, pero el porcentaje que lo hace en las ONG no llegará, seguramente, al 1%", indica el catedrático de Sociología de la UNED, José Félix Tezanos. Autor del estudio Juventud y exclusión social, Tezanos detecta entre los jóvenes una atmósfera depresiva, un proceso de disociación individualista, condensado en la expresión "sólo soy parte de mí mismo" y el debilitamiento de la familia. "Se está produciendo una gran quiebra cultural. Los componentes identitarios de los jóvenes no son ya las ideas, el trabajo, la clase social, la religión o la familia, sino los gustos y aficiones y la pertenencia a la misma generación y al mismo género; es decir: elementos microespaciales, laxos y efímeros", subraya.

El sociólogo de la UNED se pregunta hasta cuándo aguantará el colchón familiar español y qué pasará cuando se jubilen los padres que tienen a sus hijos viviendo en casa. A su juicio, el previsible declive de la clase media, la falta de trabajos cualificados -"el bedel de mi facultad es ingeniero", indica-, el becarismo rampante, la baja natalidad y el desfase en gasto social respecto a Europa están creando una atmósfera inflamable que abre la posibilidad de estallidos similares a los de Grecia o Francia. "Podemos asistir al primer proceso masivo de descenso social desde los tiempos de la Revolución francesa", augura.

Más apocalíptico se manifiesta Alain Touraine en el prólogo del libro de José Félix Tezanos. "Nuestra sociedad no tiene mucha confianza en el porvenir puesto que excluye a aquellos que representan el futuro" (...) "Se piensa que los jóvenes van a vivir peor que sus padres", escribe el intelectual francés. Y añade: "Avanzamos hacia una sociedad de extranjeros a nuestra propia sociedad" (...) "Si hay una tendencia fuerte, es que tendremos un mundo de esclavos libres, por un lado, y a un mundo de tecnócratas, por otro" (...) "Los jóvenes tienen que trabajar de manera tan competitiva, que se acaban rompiendo (...) No están sólo desorientados, es que, en realidad, no hay pistas, no hay camino, no hay derecha, izquierda, adelante, detrás".

Nadie parece saber, en efecto, con qué se sustituirá la vieja ecuación de la formación-trabajo-estatus estable, si, como pregonan estos sociólogos, la educación en la cultura del esfuerzo toca a su fin y gran parte de los empleos apenas darán para malvivir. Aunque estamos ante una generación pragmática que no ha soñado con cambiar el mundo, muchos estudiosos creen que la juventud no permitirá, sin lucha, la desaparición de la clase media. "El mundo que alumbró la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución industrial está agotado. La superproducción y la superabundancia material en estructuras de gran desigualad social carecen de sentido, hay que repensar muchas cosas, construir otra sociedad", afirma Eduardo Bericat.

Las dinámicas encaminadas a establecer nuevas formas de relaciones personales, la búsqueda de una mayor solidaridad y espiritualidad, más allá de los partidos y religiones convencionales, los intentos de combatir la crisis y de conciliar trabajo y familia, el ecologismo y hasta el nihilismo denotan, a su juicio, que algo se mueve en las entretelas de esa generación. "Son alternativas que, aisladamente, pueden resultar peregrinas, pero que, en conjunto, marcan la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad", dice el profesor. ¿Será posible que esta juventud supuestamente acomodaticia y refractaria a la utopía sea la llamada a abrir nuevos caminos?

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Generacion/ni-ni/estudia/trabaja/elpepusoc/20090622elpepisoc_1/Tes
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Por el interés del comentario recibido, respecto de esta entrada, añadimos, con fecha 25 de junio, la siguiente reflexión que nos la hace llegar Matías Gabarrón. Agradecerle, como merece, su inestimable colaboración.

UN MUNDO MUY MAL REPARTIDO.

Más allá de los partidos políticos, existe la política. Y el hombre, por naturaleza, como ser social que es, no puede abstraerse de ella, como tampoco puede, por ser homo pensante, abstraerse del pensamiento o de otras funciones básicas, más o menos desarrolladas que le adornan.Ya dijo Ortega y Gasset hace muchos decenios, en el siglo pasado, que el hombre no solo responde a él mismo, sino también a sus circunstancias. No soy yo quien, para juzgar tales palabras, sobradamente acreditadas por personas de mayor formación y rigor que el que yo pueda tener.

Las circunstancias, de don José Ortega y Gasset, implican la existencia de una parte de la persona que le trasciende fuera de su ser mismo y que, a mi entender, son lo que constituyen, fundamentalmente las relaciones interpersonales y las relaciones sociales.

Es absolutamente cierto que hoy –aunque cada cual con sus problemas-, en términos generales, se disfruta de un nivel de vida superior, de un nivel tecnológico superior, de un nivel de protección social superior o de una capacidad de auto-organización y compartimentación del tiempo que antes nos era desconocida. Pero claro, esta es la tesis macro-social. ¿Es cierta? Posiblemente sí, de hecho, en el artículo que examinamos queda científica y suficientemente documentada.Consideraré, por tanto, que es cierta. Pero a renglón seguido, me surge otra pregunta. ¿Es verdadera?

Y con esta segunda preguna me surjen muchas más dudas, a poco que relativicemos lo que el artículo nos dice:Tenemos una tendencia natural a la extrapolación de las circunstancias propias a las ajenas que, lógicamente, nos son más desconocidas. Y esto es un error evidente, a través del que con bases propias ciertas, acabamos construyendo falacias inasumibles.

Ese artículo puede retratar a un joven “media” español, en un contexto temporal actual, en el que inciden graves distorsiones económicas en todos los mercados y, también en el mercado laboral, en un contexto de crisis mundial con peculiaridades localizadas. Pero, si nos fijamos, tal joven con la característica de “media”, quizá ni siquiera existe.Pecamos, con frecuencia, de miopía, cuando localizamos en exceso las situaciones. ¿De qué nos vale hablar del joven español “media”, suponiendo que exista o que un número determinado de jóvenes españoles coincidan con esa media? Aparentemente podríamos pensar que de mucho y presumiblemente con razón. Pero, ¿qué es España?, sobre todo si la miramos desde la optica de un mundo globalizado, ¿qué entidad tiene nuestra España?.

Relativizar sistemáticamente, nos puede conducir al absurdo. Pero no relativizar suficientemente, nos puede llevar a idéntica situación.La generación que precede a nuestros hijos, es decir, la nuestra, aparentemente lo tuvo más dificil. Hoy, este importante artículo, nos viene a demostrar, aunque solo sea en parte, que tal visión no es correcta. ¿Qué ocurre, entonces, aquí?

Esos problemas que se nos retratan, en una España con 4 millones de parados, no son los problemas de nuestra vecina Francia, ni los de Alemania, ni los de Estados Unidos, ni los de Sudán, los de Iraq, Irán o cualquier pais del Africa llamada negra.

No, en este mundo convive lo mejor con lo peor y, lo cierto, es que tanto nuestra generación, como la generación de nuestros hijos, ni están en un extremo ni están en el otro. Por tanto, lo que se nos antoja grave, aún creando dificultades obvias, no lo es tanto.Pero no hace falta tampoco relativizar internacionalmente. En España, frecuentemente, se nos dice que existen 8 millones de personas absolutamente pobres que, en términos generales, viven peor que la mayoría de nuestros hijos que, a su vez lo hacen peor que otros millones de españoles que disfrutan de mayor riqueza que nosotros y que esos pobres de solemnidad.

Todos conocemos un caso que, sin ánimo de molestar a nadie, por su actualidad local, sin duda nos llamará la atención. Todos, seguramente, hemos visto como alguien, un día, cortó, frente a Cofrutos, los arbustos del márgen derecho de la carretera, saliendo hacia Caravaca. Arbustos que no son otra cosa que las raices de los árboles del lado contario de la vía. Los amontonó y se construyó una especie de choza que, finalmente, también sin ánimo de criticar ni de molestar a nadie, ha desaparecido. Asi no vivimos en Cehegín. Vivimos con más o menos problemas –da igual el origen- pero no así. Así vivía una persona sola y tal situación, ha desparecido –no sé exactamente con qué destino- hacia una solución posible y probablemente mejor.Pero eso no lo es todo. Yo que, por suerte o por desgracia –personalmente creo que afortunadamente- me veo en la obligación de visitar los Hospitales con frecuencia, veo realidades extremas y diferentes a las de la cotidianidad “media”.

He visto ancianos y no tan ancianos sufrir y morir. Y también he visto, niños de pocos años, con su cabeza sin pelo, víctimas de enfermedades terribles. He visto cómo la enfermedad trabaja todos los días, cómo la muerte está de guardia permanente las 24 horas de cada día del año.No, no existe lo bueno ni lo malo. No, no es separable. Es una simple mezcolanza omnipresente, en el tiempo y en el espacio por más que agrandemos o acortemos el uno o el otro.

¿Adónde quiero ir a parar? Pues a algo bien sencillo. A que el artículo demuestra que la dicotomía personal de nuestros jóvenes es que, en su casa, con sus padres viven bien, que en el café, en el concierto o en la fiesta, viven aún mejor y que, en los estudios o el trabajo, lo tienen más complicado.Esto expresa una idea que más de uno me habrá escuchado. Somos una generación que, por haber pasado dificultades –también relativas- está sobreprotegiendo a nuestros hijos. Y, por favor, no se sientan criticados, porque el primero que lo hace, para mi desgracia –o para la de mis hijos también- soy yo.

Cuando nuestros hijos tienen una dificultad en el estudio o en el trabajo y “su” panorama se les vuelve negro, allí estamos para intentar darle una mano de “Blanco España”. ¿Es nuestra obligación? Posiblemente sí. Pero ¿es lo que debemos hacer? Posiblemente no.Educarse no es más que obtener herramientas suficientes para desenvolverse en la vida, en la alegría y en la dificultad, en la buena vida, en la mala o en la regular. Y cuando los padres de nuestra generación acudimos –a la más mínima- en socorro de nuestros hijos, estamos acudiendo “nosotros”, con “nuestras herramientas” a solucionar “sus problemas”. Esto es un error. Y lo es porque nadie aprende a base de consejos y nadie escarmienta en cabeza ajena. Ante un pequeño problema actuamos “nosotros” para resolver “sus dificultades”. Me parece un proceder más correcto –aunque más doloroso para nosotros-, “matizar y relativizar sus dificultades, enfrentándolas a otras muy superiores” para darles los ánimos necesarios para que estén en condiciones de utilizar “sus propias herramientas adquiridas” en la resolución de “sus problemas”.Yo no lo he hecho y quizá no sea una solución “idónea”. Pero si cuando un hijo tiene un problema con una ecuación, o con una asignatura o con un curso y se le viene el mundo encima, en vez de ayudarle a que aclare el panorama, nos limitásemos a decirle:-¿Qué tienes un problema por una ecuación, una asignatura o un curso? No, hijo, no. Tu no tienes un problema.Si acto seguido le subiésemos al coche y le llevásemos al Hospital de Caravaca, o a la Arrixaca, a la consulta o a la planta de oncología y le mostrásemos que hay personas de su misma edad aquejadas de una enfermedad gravísima, a las que se le niega probablemente la posibilidad de tener los pequeños problemas relativos que ellos tienen, porque se les niega la vida que da todos esos pequeños problemas cotidianos, presumiblemente nuestros hijos aprenderían dos cosas importantes:

1ª. Que creían tener un problema, que les desaparecería automáticamente.

2ª. Que lo que en la vida son problemas, ellos no los conocen.

Y es que hemos dado a nuestros hijos una vida idealizada. Les apartamos de lo doloroso, de lo traumatizante, de la simple dificultad y, con ello, no solo les estamos sobreprotegiendo, les estamos impidiendo ver lo que, en realidad, es la vida: Una sucesión de pequeños momentos felices e infelices, de placeres y dolores, de vida y de muerte.Nuestro proceder, que es el proceder de nuestro ego, les ha llevado a ser autodestructivos –con el alcohol, con el sexo, con las drogas o con el rock-and-roll, con la velocidad del coche, del ciclomotor o de la motocicleta- a vender auténticos trozos de vida por placeres efímeros, a invalidarles en su facultad innata de desarrollarse o educarse -si acaso ambas palabras no son sinónimos- y en definitiva a sustituir sus herramientas de solución de problemas, por las nuestras, puestas al servicio no solo de la resolución de nuestros problemas, sino también de los suyos.Todos los errores se pagan y este lo estamos pagando y además lo hacemos en donde más nos duele, en la carne, en el porvenir de nuestros hijos.Cunde en nuestra generación el terrible error de que el dinero lo soluciona todo, aun cuando sabemos bien que no da la felicidad –y decimos que facilita la vida-. No eso no es cierto, en la medida de que al procurar, con el dinero, una vida fácil a nuestros hijos les estamos privando de sus propias experiencias, estamos desvalorizando la importancia de sus vidas y estamos creando seres desarmados para los avatares que siempre la vida ofrece. Repito, el primero yo, pero somos muchos los que –con nuestra mejor voluntad- al tiempo que sobreprotegemos, estamos arruinando el futuro de lo que más queremos.

El que la educación se generalice, como objetivo político y social, es bueno y positivo. Pero no se nos puede ocultar que ello aumenta la competitividad. Que ello motiva que un Licenciado o un Diplomado acabe de bedel en un Instituto o en una universidad.Y es que, para hacer dinero, para asegurar su porvenir, nos hemos ausentado, hemos olvidado el rol educador que también los padres tenemos y hemos dejado la responsabilidad de su formación exclusivamente en la escuela, en el instituto o en la universidad. Y además, no les hemos, siquiera, advertido que ello no era suficiente.No, hoy no vale con adquirir una licenciatura –para algunos con suerte sí, pero para todos no-, ni con hacer un Master, ni con hacer dos. Un licenciado con faltas de ortografía, solo significa que estamos especializando en exceso. Que se está concentrando excesivamente la dotación de herramientas, que se está minimizando el esfuerzo, que además de estudiar, no se lee.Uno puede encontrarse tranquilamente, parado en cualquier autovía a un arquitecto o a un biólogo molecular con la rueda de su vehículo pinchada, esperando que venga ayuda para cambiarla y no porque no pueda hacerlo, sino porque no sabe. Y esto es una auténtica desgracia para el individuo pero también para la sociedad. Hay albañiles que levantan casas sin plano, sin estudio geotécnico, sin cálculo de estructuras y además logran que se tengan de pie y que duren. ¿Qué es mejor?Nuestros hijos quieren saborear la vida –en particular la del ocio- porque creen que está en sus manos el procurarse momentos de felicidad. Pero no saben que la felicidad no es, en exclusiva, estar un rato con los amigos tomando un cubalibre o ir a tal o cual concierto. La felicidad es otra cosa mucho más grande: Es salir victorioso de la vida. Es algo tan natural que no lo vemos. La felicidad es llegar a viejo, conocer a tus hijos, a tus nietos y, si es posible, a tus biznietos.La felicidad es luchar la vida, no que otros la luchen por ti.Y al artículo respondo. Es que un título no es nada. Es solo un papel. Lo que importa es el conocimiento, el saber que se esconde detrás y su empleo cotidiano, en la resolución de problemas propios y ajenos para el que la carrera nos ha preparado. Ahí está la felicidad, en tener las herramientas y los recursos necesarios para vivir la vida, en nuestra especialidad y en todo lo demás.Nos falta “Renacimiento”. Nos falta valorar al ingeniero que lee y entiende a Saramago. Nos falta decir a nuestros hijos que tan buena herramienta es la ingeniería como la narrativa del Premio Nobel.También nos falta decirle a nuestros hijos que todas las acequias tienen tablacho. Y que su vida que, también es otro discurrir de materia y energía, también tiene que tenerlos. Y mira, si quieren a los treinta ser licenciados trabajando de bedeles, porque en España no hay trabajo, que se den cuenta que el mundo se globaliza para todos y que busquen allende nuestras fronteras.Que piensen en los pioneros del Oeste Americano. En los Españoles que en el siglo XIX emigraban a Cuba, a Filipinas, los que en el siglo XX tuvieron que ir a Sudamérica, los que tras la Guerra Civil hubieron de exiliarse o los que, en mi niñez, todos los años, viajaban a Francia, Suiza o Alemania a trabajar.Que hagan lo mismo, con su título universitario y que recuerden que hay aviones en lugar de trenes, que les pueden devolver a casa, bastante más a menudo que aquel anuncio del turrón que decía “Vuelve a casa por Navidad”.No hay recompensa sin esfuerzo. Así que claro está, quién quiera recompensa, que se esfuerce.Y quien pretenda advertir, en un deportivo de esos que andan “molando” por la Gran Vía, que no hay esfuerzo ni contraprestación, que miren dos veces, que analicen bien y que vean que su primera impresión, es un gravísimo error.Espero que les aproveche y a mi también.Gracias por su paciencia.

Matías Gabarrón.

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